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domingo, 1 de junio de 2025

La cultura de la falta de palabra, de la inmediatez y de no leer

Hoy me apetece hablar de esta historia.

La cultura de la falta de palabra

Recuerdo, no hace tantos años, cuando yo quedaba con algún amiguete. La cita consistía en un lugar a una hora. Podías programar el encuentro tres días antes, cuando coincidieses con él, o incluso, bendita tecnología, descolgando el teléfono fijo en casa y haciendo una llamada de dos minutos. De esas llamadas que ya no existen que mi abuelo calificaba de “Sí, no, mierda y adiós”, porque para eso servía el teléfono; para unas cuantas instrucciones claras y concisas, transmitir una nueva o fijar un punto de encuentro.

Luego, los que se iban a encontrar, acudían a la cita. Algo que no ha cambiado con el devenir de los tiempos es la gente impuntual. Tú llegabas, por ejemplo, a la boca del metro y esperabas, dependiendo de tu paciencia, diez minutos, treinta o una hora… Yo he registrado casos de hasta dos horas. Pero la palabra era la palabra, y más tarde o más temprano, tu amigo acababa apareciendo. No había marcha atrás y la palabra era sagrada.

Hoy, basta una ventolera de inapetencia diez minutos antes de la cita para enviar por cualesquiera de los servicios de mensajería electrónica instantánea un cobarde “Al final no puedo ir, vamos hablando” o un “Voy tarde, mejor nos vemos en este otro sitio a esta otra hora”. Menuda involución. ¿Esto es progreso?

La cultura de la inmediatez

La segunda plaga tecnológica que sufrimos en nuestra era es la de la inmediatez. No voy a hablar del férreo control al que pueden someterte mediante Whatsapps, Telegrams y llamadas continuas para las que debes tener una firme coartada si no atiendes al momento. Ocultarse en el retrete no es válido, pues ya es costumbre llevarse el móvil a cualquier lugar.

La inmediatez va ligada a una terrible disminución en las capacidades del ser humano para la lectura comprensiva. Me explicaré. Durante una etapa de mi vida me he dedicado al ilusionismo. Sí, a la magia, con pingües beneficios, pero también con una apasionada dedicación en cuerpo y alma.

Bien, pues. Aunque cuando yo daba mis primeros pasos en el mundo de las artes arcanas del entretenimiento y del engaño ya existían CDs, MP4, archivos de vídeo y todos los apellidos de tres o cuatro letras que queramos ponerles, yo no he experimentado mayor ilusión que abrir un libro de magia pagado con mis ahorros y leer y releer, una y otra vez, el capítulo dedicado a dominar un truco de magia (sí, ya sé que para los no profanos hay que decir juego de magia, pero a mí la palabra truco me gusta mucho y pienso que está bien empleada). Cuántas horas de felicidad y entretenimiento me han proporcionado las explicaciones y los esquemas o figuras de un buen manual de magia.

Las cosas han cambiado. Aparte de para coleccionismo, los libros ya no tienen uso. Si no encuentras un vídeo que pueda ilustrarte en menos de un minuto sobre el tema que supuestamente te interesa, el tema deja de interesarte. Pensamos que podemos sustituir un curso de mecánica de bicicletas, por ejemplo, por un vídeo de cuarenta y cinco segundos donde un tipo te explica cómo cambiar una cadena rápidamente. Y, cierto es, los hay condenadamente buenos. Y algunos vídeos son útiles. Y bastantes sirven para salir del paso.

Pero hemos perdido nuestra capacidad retentiva, la disciplina, la asimilación de conocimientos y, por qué no, la especialización en una tarea. Hoy en día pensamos que con un móvil en nuestras manos y una buena conexión a internet, somos capaces de cualquier cosa. Por los dioses, si la moda de ahora es el visionado de vídeos, uno tras otro, ¡de una duración inferior a quince segundos! Yo mismo he experimentado esa adicción en la que la mente del observador se diluye en el transcurrir fugaz del tiempo. Cuando te das cuenta han volado horas. Y probablemente también una gran cantidad de tus neuronas.

La cultura de no leer

Todo esto nos conduce a la conclusión de esta larga y, supongo que tediosa para muchos, entrada. Basta que le facilites por escrito unas breves instrucciones a cualquier persona para que desempeñe una tarea, o incluso que le cuentes algo, para que no pase de las tres primeras palabras de la primera línea.

Igual da si en la segunda línea le cuentas que el mundo se acaba, que si responde “rata blanca” a tu misiva le donas mil euros, o que le dediques el insulto más nefando. No lo va a leer.

Cualquier persona de hoy en día preferirá un intercambio de quince a treinta whatsapps para que le expliques algo antes que continuar leyendo tus instrucciones, o tu relato. Y eso, queridos míos, tampoco es progreso, ni nuevas costumbres, ni evolución… Es una atrofia de una de las herramientas que han hecho destacar al ser humano sobre todas las especies, la comunicación compleja más allá de gruñidos o llamadas al resto de congéneres.

Auguro, sin temor a equivocarme, que más pronto que tarde nuestros terminales móviles dispondrán de dos o tres botones únicamente para expresarnos rápidamente y sin mucha complejidad. Una suerte de “Sí, no, mierda y adiós” de las redes sociales que sustituya cualquier vestigio de comunicación inteligente, pero sin posibilidad de un encuentro cara a cara para hacerse entender de otra forma.

Tal vez los emoticonos sean la avanzadilla de esos tres botones.


sábado, 24 de mayo de 2025

Las abuelas y la menopausia

Mi tema favorito es la evolución. La evolución de las especies en los aspectos morfológicos, genéticos y adaptativos y, dentro de las especies, la evolución de los homínidos me parece la más fascinante.

Acostumbro a formular hipótesis de las causas de los procesos que ocurren en el cuerpo humano y en la sociedad desde el punto de vista evolutivo. Se me ocurren desde las explicaciones más infantiles hasta las más razonables científicamente. Después, me gusta investigar acerca del tema y los últimos artículos escritos. Muchas veces algunas de mis hipótesis, por descabelladas que parezcan, ¡coinciden con las de los expertos en ese campo en concreto!

El otro día mantenía una conversación acerca de la menopausia y de sus perjuicios, y de los motivos, aparentemente inexistentes, de este proceso.

¿Por qué ocurre este fenómeno? Se me viene una frase a la cabeza de la película de El Señor de Los Anillos: “Las hojas de Lórien no caen sin razón”. En el caso de la evolución, ocurre lo mismo, no actúa sin motivo, aunque muchas veces trabaja de forma chapucera con lo que tiene. Aquí se me viene la escena de otra película, “Apolo XIII”, aunque en otra entrada explicaré por qué (si me acuerdo).

Hablaba de la menopausia. ¿Por qué las mujeres sufren este episodio tan traumático que les hace perder la fertilidad? Y si la finalidad (biológicamente hablando, por favor) de los seres vivos es perpetuarse mediante la reproducción, ¿por qué la hembra Homo sapiens puede vivir muchos años después de no ser fértil?

En la mayoría de las especies, las hembras pueden tener descendencia hasta su muerte. Sin embargo existe una importante diferencia; las crías del resto de mamíferos pueden valerse por sí mismas (hasta cierto punto) casi desde un primer momento. Perros, caballos, ciervos, tigres… Todos pueden moverse desde que son lanzados a este cruel mundo. Un bebé tardará aproximadamente dos años en caminar, y por cierto que lo hará de forma torpe. Además, se encontrará completamente desvalido, y para asegurar la perpetuación de la especie, alguien debe ocuparse de él.

¿Y si el padre debe ir a cazar y la madre debe recolectar para traer el sustento al hogar? Hoy en día, es muy habitual que ambos progenitores en la familia deban pasar gran parte del tiempo fuera de casa para trabajar. ¿Qué hacemos con los niños? ¿Con quién se quedan?

Es ahí donde entra la figura de la abuela. Debemos pensar que si la abuela tuviera que ocuparse de sus propias crías, no podría hacerse cargo de sus nietos, y en el ser humano esta labor protectora es fundamental.

La evolución decidió otorgar más probabilidades de éxito a nuestra especie inventando un sistema que asegurase una figura protectora sin posibilidades reproductivas, y que pudiese centrar su atención en sus nietos. Inventó la menopausia.

Como curiosidad, diré que no es una estrategia exclusiva del ser humano, las orcas y una especie de delfines también basan su supervivencia en la menopausia y las abuelas. Para ellas también es más beneficioso que las hembras veteranas empleen su energía en apoyar a sus nietos y no en en aumentar la descendencia.

Si interesa el tema, no vendrá mal echar un vistazo a la hipótesis propuesta en 1957 por George C Williams: "La hipótesis de la abuela".

P.S. ¿Y qué ocurre con los machos? ¿Por qué son fértiles durante prácticamente toda su vida? Un buen tema para otra entrada.


miércoles, 21 de mayo de 2025

Minimalismo

¿Alguna vez habéis pasado por el trauma de una mudanza? Probablemente sí, y la mayoría que ha vivido este trance lo recordará con horror. A lo largo de mi vida me he mudado diecisiete veces. En diecisiete ocasiones me he visto obligado a empaquetar todas mis pertenencias, cargar con ellas y terraformizar un nuevo hogar.

Es sorprendente la cantidad de objetos que acumulamos a lo largo de nuestra vida, y más asombroso aún que únicamente les demos uso a un porcentaje muy reducido. Tal vez por este motivo ahora soy lo que se suele etiquetar como un minimalista. Soy tan consciente de lo que poseo que rebasar un cierto umbral de posesiones me provoca ansiedad y malestar.

He llegado al convencimiento de que es, no sólo posible, sino recomendable, subsistir con los recursos necesarios y no mucho más. Se alcanza una paz y una felicidad liberalizadora difícilmente explicable en la sociedad consumista actual.

Ciertamente he adquirido un extraño placer en usar las cosas que realmente necesito hasta que su desgaste o su rotura sin arreglo hacen que sea necesario reemplazarlas. Ya sea ropa (hasta cierto punto, claro, no se trata de salir a la calle como un pordiosero), zapatos, mochilas, relojes… Cada uno tiene su límite, por supuesto, y no tiene por qué ser el mío.

Aún me queda mucho recorrido, aunque creo que voy bien encaminado hacia lo que quiero.

Por ejemplo, hace ya tiempo que me deshice de casi todos mis libros y ahora hago uso de la biblioteca o, a pesar de mi pugna con la tecnología, el libro electrónico; no reproduce la misma sensación de acunar un libro entre tus brazos ni la paz que proporciona la textura del papel impreso, pero he de reconocer que es uno de los mejores inventos de nuestra era.

Bueno, ahora debo irme a zurcir mi camiseta de lana…

jueves, 15 de mayo de 2025

Escribir porque sí

Escribir porque sí es una buena costumbre que abandoné hace tiempo y que trato de recuperar. Consistía en abrir un cuaderno, el que fuera, y comenzar a deslizar el bolígrafo o el lápiz dando rienda suelta a lo que le picaba a uno en ese momento.

En los tiempos que corren esta simple fuga se complica en gran manera. Porque ya no vale escribir para sí. Debes cuidar lo que escribes, por si alguien puede interpretarlo mal, y que sea políticamente correcto, o te buscarás problemas. Y que guste, o no servirá para nada. Porque en las redes sociales, en internet, en el bombardeo continuo de vídeos que abordan tu terminal si se te ocurre buscar un día “¿Cómo escribir?” ya te dicen qué debes escribir, cuántas palabras al día, qué no debes plasmar y tantos constreñimientos que uno acaba por desarrollar fobia al papel, o a la pantalla, en blanco.

Porque también te dicen que puedes vivir de ello, y tú quieres creerlo. Hay una frase de uno de mis autores preferidos, Quevedo, que dice algo así: “El que escribe para comer, ni come, ni escribe”. Cuánta razón. Durante muchos años he dejado de ser un escritor prolífico por ese sueño pesadillesco de vivir de la palabra.

Precisamente ese deseo ha sido el que ha ido destruyendo mi entusiasmo por garabatear unas cuantas líneas al día. Sin objetivo, sin una finalidad clara, sólo por el gusto de hacerlo.

Pienso, salvo algunas contadas excepciones, que los escritores que han alcanzado ese sueño lo han hecho olvidándose de la meta y disfrutando del proceso. Con su sacrificio y su disciplina, por supuesto, pero sin detenerse a pensar en lo que tienen que escribir para gustar al lector. Básicamente es algo parecido a la vida misma. Si te empeñas en vivir de tal forma que guste a los demás, dejas de vivir en absoluto.

Así que, bueno, sirva este blog para desempolvar mi cuaderno de espiral con hojas de cuadros, mi lapicero de franjas amarillas y negras y mi goma de borrar MILAN. Y escribir lo que yo quiera cuando me apetezca. Y si por ventura entretiene o agrada a alguien más que a mí, me daré por muy satisfecho.